Desde hace varias semanas, residentes de diversas partes del planeta viven confinados en sus casas. La medida busca reducir el número de contactos que cada uno de nosotros tiene a diario. El objetivo es poder disminuir el número reproductivo del coronavirus, es decir, la media de personas que cada contagiado puede llegar a infectar, y no colapsar así el sistema sanitario. En definitiva, frenar la cadena de contagios o aplanar la curva de la que tanto hemos oído hablar.
En el diario El País de España han hecho una ilustración muy didáctica que aclara muchas dudas sobre la cuarentena y su utilidad. Bajar el número reproductivo es lo que persiguen las medidas de confinamiento que estamos sufriendo: queremos limitar los contactos para frenar la cadena de contagios. Un estudio del MIT, liderado por el español Esteban Moro, muestra los efectos que han tenido las medidas de distanciamiento en Nueva York, como el cierre de colegios o la orden de quedarse en casa: el número de contactos fuera del hogar se ha reducido de unos 75 diarios por persona a apenas 5. Estos datos dicen que las medidas funcionarán. Esa es también la conclusión del informe de Imperial College del 30 de marzo (que ha generado controversia por su estimación del número de contagiados).
¿Qué pasa si relajamos las medidas?
Un temor ahora es que cuando se relaje el aislamiento se reactive la cadena de contagios. Los expertos sospechan que no bastará con aislar a los enfermos, porque las personas a su alrededor —con síntomas o sin ellos— pueden estar infectadas y continuar el brote.
Las estrategias de test exhaustivo y rastreo de contactos han funcionado en Corea del Sur. Y la tecnología puede ayudar. Aunque un enfermo se aísle cuando tiene síntomas, sus familiares y otros contactos pueden estar ya infectados. Si hacen vida normal, pueden contagiar a otra gente antes de ponerse enfermos, y corremos el riesgo de que el virus vuelva a expandirse.
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