Un equipo de ingenieros de la Universidad de Stanford (EEUU) desarrolló un dispositivo para consolas que podría revolucionar los videojuegos del futuro: un control que mide la funciones fisiológicas de los jugadores y modifica el modo de juego para tener una experiencia más interesante.
Básicamente, el dispositivo mide la actividad cerebral del jugador y si detecta que se está aburriendo, modifica el juego haciéndolo más complicado con nuevos retos para despertar el interés y la diversión del jugador. El prototipo busca lograr una forma práctica y sencilla de medir la parte emocional del cerebro, esto es, la parte que cambia cuando nuestro estado es feliz, triste o aburrido, que además influye en el ritmo cardíaco, la respiración, la temperatura o la transpiración corporal.
El dispositivo de origen fue un control de la consola Xbox 360 al que le fue reemplazado la parte trasera por un módulo de plástico tridimensional repleto de sensores. Estos sensores miden el ritmo cardíaco, el flujo sanguíneo y la tasa de respiración.
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